Rebuscando entre los cuadernos de Déborah, encontré las claves y los nombres de sus cuentas de internet, entre ellas, las de este blog.
Lo leo con asombro, porque Déborah jamás mencionó que escribiera sobre los asuntos que tanto nos preocupaban a ambos. Mi nombre es Tomás, y para aquellos que seguís a Déborah no seré un extraño. Lo cierto es que ni yo mismo comprendo lo que estoy haciendo aquí, quizás cerrar un círculo que de otra manera no se cerrará jamás, porque Déborah ha muerto. Como única compañía me han quedado unas cuantas hojas escritas de prisa por ella en el viaje que ambos iniciamos hacia Perú y del que he vuelto solo, o mejor dicho, acompañado de su muerte y de los trágicos últimos momentos que la arrebataron de este mundo. Todo es tan confuso. En medio de esta España que toma las plazas y reivindica su derecho a soñar, siento a Déborah y su silencio oponerse a la muerte y arañar en cada uno de los que gritan en las calles...le hubiera gustado tanto ver que cada día despiertan más y más personas. Yo sin embargo no he podido salir a gritar, ni a reivindicar nada...todavía tengo muy fresca la pesadilla y me persigue hasta en sueños la monstruosa deformación de lo real, o al menos de lo que yo tenía fijado en mi mente como tal, que se ha manifestado ante mis ojos en Perú.
Tal vez sea un error contar los detalles de la muerte de Déborah aquí, pero lo cierto es que lo veo casi como una obligación a la memoria de mi amiga y compañera, porque están pasando cosas horribles y los sucesos que relataré quizás puedan ayudar a alguien a ordenar un puzzle del que yo no alcanzo a ver todas las piezas. Los que no estéis al tanto de estas circunstancias extraordinarias, sé de antemano, no creeréis ni una palabra de lo que aquí diga, pero a esta altura ni lo espero. A los demás, a los que despiertan, mi testimonio:
Estábamos recorriendo las Lomas de Lachay Déborah y yo a media tarde, cuando nos adentramos en un camino de tierra por el que vimos pasar a toda velocidad un jeep de la policía. Creíamos que iban a por cazadores furtivos, tontos de nosotros, no nos dejamos amedrentar por el humo de un jeep accidentado que había un par de kilómetros más allá, estrellado entre el follaje y los perseguíamos a toda velocidad. Nos dirigíamos directo a la reserva indígena y eso nos daba muchísima curiosidad ¿qué podía estar pasando? ¿porqué la policía? "¡más de prisa!" me gritaba Déborah "¡se nos escapan!". Cuando nos bajamos del coche los policías ya no estaban dentro del suyo, aparcado a la ligera. A lo lejos, en una de las cañadas se veía movimiento y nos dirigimos hacia allá, cuando nos acercamos vimos, aunque esto suene a ciencia ficción, dos reptiles a dos patas, de un par de metros de altura, armados con mazas. Los bichos habían improvisado un altar sobre un jeep al que llevaban gente y les abrían la cabeza. Había cuerpos y sangre por todos lados. Déborah no paraba de hablar y reírse y decir que eso no estaba pasando, que estarían filmando una película o algo así, pero cuando las balas empezaron a sonar y rebotar cerca de nosotros e incrustarse en esos bichos, le dije nervioso que nos tiráramos al suelo. Yo veía que las balas perforaban el cuerpo de esos lagartos enormes y les hacían sangrar , pero que no les tumbaban. Creí que efectivamente se trataba de un truco de efectos especiales, pero no veía cámaras por ningún lado. Entonces, segundos después de ese pensamiento, desde el follaje, sale otro de esos lagartos arrastrado en medio de histéricos alaridos, hacia ese altar, a un policía. Entonces saltan sobre él dos indígenas, pero el lagarto, si bien con algo de miedo a los machetes, los tritura con el garrotes y los deja tirados en el suelo como si fueran de papel. Aparecieron más indios lanzando gritos, con lanzas y machetes, las balas seguían zumbando a nuestro alrededor…, entonces miré a Déborah, y allí estaba, envuelta en un charco de sangre. La bala entró por la cabeza y dicen que la muerte fue instantánea. Después os podéis imaginar el resto. Corrí hacia el coche con su cuerpo, pero cuando llegué al hospital ya estaba muerta. No pude hacer nada. Nada. Fue difícil salir de Perú con una declaración tan controversial sobre el fallecimiento de mi amiga. Los contactos fueron fundamentales. Mientras tanto su familia repatrió el cuerpo y la enterraron en Madrid. A mí me tienen por el principal sospechoso de su muerte, porque de los lagartos nadie habla. Creen que las drogas me están produciendo alteraciones de conciencia. Nadie, de manera oficial, ha reconocido nada. Pero eso ya es otra historia. La mía.
La de Déborah, ha terminado.